Pasear por la sierra de Cádiz y aspirar bien fuerte el aire puro de los pulmones de la provincia. Hundir los pies en la arena, a la orilla del mar. Hablar con tu mejor amigo un triste día de resaca. Volver, después de muchos años, al lugar donde fuiste feliz. Cuando tu perro vuelve a buscarte después de varios días de viaje. Encontrarte, por casualidad, a esa amiga que el tiempo alejó, pero a la que guardas cariño. Reordenar tu colección de cómics. El café y las tostadas con tomate. Ver atardecer en el Mirador de San Nicolás, en Granada. Escuchar de nuevo ese disco, esas canciones, esa melodía y esas letras que siempre hablan de ti. El partido de fútbol con tu equipo de la liga de barrio. Sentarte a leer un libro y que se pare el tiempo. Descubrir un nuevo rincón de tu ciudad. Cuando paseas y, de repente, ese olor te transporta a la infancia o a la adolescencia. Bucear entre tus fotografías del álbum. Ese guiso calentito cuando fuera no para de llover. El abrigo de los tuyos. Ver jugar al equipo de Basket en el que juega tu hijo. Descubrir una película que parece que hablara de ti. Cuando un día importante, te miras al espejo y te ves radiante. El olor de la persona que amas. Un poema que te descubre una imagen inédita. Terminar el libro de sudokus. Diseñar tu propia camiseta. Aprender, de una vez, a tocar la guitarra. Leer a Bolaño. Cuando el inglés te suena ya familiar y lo asimilas cada vez mejor. Reír a carcajadas. Llorar de emoción. Esa comida familiar a la que asistís todos. La llamada semanal de la persona que quieres. Ese momento en que superas un mal momento. Mirar, otra vez, ese cuadro. Entender aquello que te resultaba incomprensible. Cuando has acertado con esa decisión que cambia el sentido de tu vida. Superar dificultades, afrontar nuevos retos. Conducir si te gusta conducir. La cocina de la abuela, las croquetas caseras de los bares. Tomar cervezas con los amigos. Sentirse libre corriendo o nadando o volando. Encontrarle un sentido a la existencia. Besar. Ser besado. Sentir que todo está en orden 

    Los sueños necesitan de un recorrido, de un trabajo, de un sacrificio, tienen un carácter compensatorio. De igual manera, suelen tener algo de azaroso y de cotidiano, de aquellas pequeñas cosas que cantaba Serrat. Tienen que ver con la memoria sentimental y con la aspiraciones inmateriales. Nuestros sueños se edifican, se formulan, se ganan a pulso. A menudo llegan tarde o temprano o simplemente nunca llegan. Nuestros sueños están íntimamente ligados a nuestras vivencias y sentimientos y nos los compra el dinero. Ganarás la lotería y tus sueños mutarán a otros sueños desde el mismo momento en que compruebas que tenías el número ganador. Se equivoca el anuncio de la Lotería cuando intenta apropiarse de nuestros sueños -con lo privado que es eso- y edificar su prestigio como conseguidor de sueños; no tenemos sueños baratos porque nuestros sueños sean caros, sino porque nuestros sueños no tienen precio.

     

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      Escritor y Social Media Manager. Ha escrito el libro Yo, precario (Libros del Lince 2013), Juan sin miedo (Alkibla 2015), Hijos del Sur (Tierra de Nadie 2016) y SOS (2018). Ha sido traducido al griego y al alemán. En 2014, creó La Réplica, periodismo incómodo.